La vivienda en tiempos del coronavirus

La vivienda en tiempos del coronavirus

Imagen del espacio exterior del Immeuble Villas de Le  Corbusier.

Imagen del espacio exterior del Immeuble Villas de Le Corbusier.

En las varias semanas que llevamos confinados en casa se ha abierto un amplio debate sobre si nuestras viviendas están adaptadas o no a esta situación inédita para nuestra memoria colectiva reciente. Las opiniones van desde aquellos que enlazan su reflexión con todo tipo de distopías hasta los que ven el confinamiento como oportunidad para repensar nuestra relación con la naturaleza y la propia vivienda, sin olvidar a quienes culpan como siempre a la normativa de todos los males. La normativa, ese eterno comodín.

Lo cierto es que el encierro nos hace reflexionar colectivamente sobre la idoneidad de los espacios que habitamos. Nuestras casas son en general pequeñas; más de la mitad de las viviendas en Euskadi tienen menos de 90 metros cuadrados. Y ese, aunque nos cueste creerlo, es un estándar reducido comparativamente con otros países de nuestro entorno. Pero no hay que olvidar que nuestro modelo urbano es también más denso y acertado que el de la mayoría de los países europeos, que han invertido décadas en un urbanismo diseminado de vivienda unifamiliar intensiva, gran consumidor de territorio y muy nocivo para el medio ambiente. Para nuestro modo de vida, el salón de casa es en realidad las calles, las plazas y los bares. La dimensión reducida de nuestras viviendas está directamente relacionada con la intensa actividad urbana y social de nuestras ciudades y nuestro estilo de vida, que es sin ninguna duda un bien a preservar.

Sin embargo, es más que probable que nuestra idea de vivienda y hogar cambie después de este prolongado periodo de confinamiento, por lo que a la larga también cambiarán las propias viviendas.

En un primer momento, el impulso es apuntar que, para responder mejor a la situación de confinamiento generada por la crisis sanitaria del coronavirus, la vivienda debiera tener tal o cual característica. Características que, en realidad, responden más a anhelos y necesidades previas a la crisis sanitaria. Es cierto que, si nuestras viviendas fueran más grandes y versátiles, y dispusieran además de estancias exteriores, nuestro actual confinamiento sería bastante más llevadero. Y también comprobamos que la vivienda debe de poder asumir usos distintos del meramente residencial y doméstico, como el trabajo, el deporte y la enseñanza. De la misma manera, una habitación tiene que poder convertirse en oficina, gimnasio o aula improvisadas en un abrir y cerrar de ojos, sin grandes transformaciones.

Vivimos en sociedades impacientes que exigen respuestas inmediatas a las necesidades,  algo bastante incompatible con los procesos de gestación del urbanismo y la construcción, lentos por definición. No hablemos ya de los cambios de paradigma en arquitectura, que son fruto de un largo proceso de decantación, salvo causa de fuerza mayor o revolución. ¿Es esta crisis uno de esos momentos? Es temprano para afirmarlo, por muy conscientes que seamos de que el siglo XXI ha empezado un día de diciembre de 2019 en un mercado de Wuhan, así como el XX lo hizo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo. Pero es probable que el confinamiento alumbre ideas y proyectos arquitectónicos de nuevos modelos urbanos y residenciales que aún no barruntamos.

El proyecto de Decreto de Habitabilidad y Normas de Diseño de Viviendas, que está elaborando desde hace unos meses el Departamento de Vivienda del Gobierno Vasco, aumenta ligeramente los estándares de superficie de algunas estancias, como habitaciones y cocinas, para hacer de ellas recintos multiusos; establece las bases de la versatilidad y de la flexibilidad de las viviendas; despenaliza las terrazas y espacios exteriores en los cómputos de superficie, y permite bajo determinadas garantías exenciones a la propia norma en el marco de proyectos innovadores. Porque no hay que olvidar que la normativa regula las condiciones mínimas de habitabilidad y de diseño, pero es la lógica mercantil la que reduce los máximos posibles a los mínimos legales. La norma esta para garantizar, no para imponer. Y al haber regulado su propio sistema de exenciones, el futuro decreto no será freno a la innovación ni excusa para su ausencia.

Lo deseable es que la lógica economicista y cuantitativa del metro cuadrado se reoriente hacia una demanda más prestacional y cualitativa en el mercado de la vivienda libre o protegida. En este sentido, quizás la crisis del Covid-19 sí sea una oportunidad para reinventar la vivienda. Es lo que apunta la encuesta on-line sobre el confinamiento lanzada por el Centro de Investigación sobre la Vivienda y el Hábitat de París (CRH). Pero ello exige tomarse la palabra economía en su auténtica y original acepción griega del oikos, que no es otra que la de la “lógica de la casa”. En ese escenario, la nueva normativa no sería impedimento alguno. Podríamos pasar así de los paradigmas de la máquina de habitar de Le Corbusier y del existenzminimum del movimiento moderno, que de forma muy reduccionista el mercado impone todavía a la mayor parte de la producción residencial, a otro modelo de vivienda más sostenible, inteligente y en armonía con el medio ambiente y con nuestras nuevas necesidades.

Esta crisis demoledora puede ser también una oportunidad para precipitar ideas y paradigmas arquitectónicos que nos rondan desde hace ya algún tiempo. A las administraciones nos corresponde favorecer las condiciones para que se materialicen.  Y en eso estamos.

Artículo de opinión publicado en El Diario Vasco el 8 de mayo de 2020. También puedes leer el artículo pinchando aqui.

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