¿NUEVAS VIEJAS FÓRMULAS PARA LA VIVIENDA?

¿NUEVAS VIEJAS FÓRMULAS PARA LA VIVIENDA?

“Se propone conjunto residencial que consta de cuatro edificios, el primero es el propiamente residencial, para 50 familias y unas 200 personas. El segundo alberga la parte más comunitaria, comunicada mediante el pasaje residencial climatizado: con la cocina, los dos comedores, uno interior y otro de verano en la azotea, además de gimnasio y biblioteca. Un tercero con un edificio de jardín de infancia separado, con una guardería en un área rectangular entre la casa y el edificio comunal. Y finalmente el cuarto edificio en el patio de servicio, que incluye una lavandería, una secadora y un garaje”.

No, no es el anuncio de una nueva promoción privada de alto nivel post-pandemia con gimnasio en planta baja; tampoco es el programa de un edificio de alojamientos dotacionales para jóvenes gestionado por alguna empresa pública, con cocina y lavandería comunitaria. Y tampoco es un proyecto utópico fruto de las muchas recomendaciones de diseño provenientes del mundo académico, ni es el fruto de la imaginación de algún gurú de las tendencias que aparece en los suplementos dominicales hablando de las viviendas del futuro. Ni siquiera es, aunque parezca, una propuesta de vivienda innovadora fruto de la incorporación de la perspectiva de género. En absoluto: es la descripción que se tiene del legendario edificio Narkomfin, diseñado por Moiséi Guínzburg en los años veinte en Moscú según los preceptos del movimiento constructivista, la vanguardia rusa que creyó, como tantas, que la revolución de los soviets sí iba a traer el progreso.

No se preocupen, esto no es un panegírico que reivindique el comunismo modo ‘Lenin was rigth’, aunque sería de justicia poner en el correcto lugar de la historia los muchos avances para la arquitectura que nos trajeron los hermanos Vesnin, Melnikov, El Lissitsky y muchos más. Para que no se me pongan nerviosos desde la ortodoxia arquitectónica mencionaré también a Le Corbusier: el Immeuble-villas, que diseñó en 1922 para un importante promotor estadounidense en Paris es, si quieren, la versión, hedonista, lujosa y capitalista del mismo concepto del Narkomfin de Moiséi Guínzburg. Ambos se conocían, se admiraban, y se medían.

Lo único que pretendo con estos ejemplos ya centenarios es demostrar que la mayor parte de las ideas y novedades que nos agitan últimamente los medios de comunicación como ideas revolucionarias que supuestamente alumbran nuevas formas de vivir ya están inventadas hace mucho tiempo y que, por alguna razón, fracasaron. Por tanto, deberíamos tener mucho cuidado a la hora de volver a reclamarlas. Quizás haríamos mejor, antes de volver a proponerlas acríticamente envueltas en sendos discursos neo higienistas de progresismo epidérmico, en analizar las causas y las formas de su fracaso.

Estos proyectos modélicos de vivienda, el Narkomfin y el Inmeuble-villas, enunciados como paradigma a seguir, fracasaron en sí mismo al no replicarse. Sin embargo, introdujeron toda una serie de cambios en la manera de pensar la vivienda que han operado a lo largo de décadas. Fueron por tanto fecundos proyectos que de alguna forma implantaron el modelo de la vivienda colectiva, la vivienda de la modernidad que con el tiempo tuvo que confrontarse en mayor o menor medida a la realidad de la ciudad construida.

Es esa vivienda estandarizada del denostado movimiento moderno la que acabó imponiéndose y la que tanto se critica hoy en día, esgrimiendo para ello paradójicamente, las mismas ideas que este movimiento idealmente propugnaba: más y mejores zonas comunes, mayor flexibilidad y versatilidad de los espacios, una mejor relación interior-exterior, y sobre todo más espacio.

A estas críticas contradictorias se le suma, como diría Daniel Bernabé, ‘la trampa de la diversidad’: esa en la que también paradójicamente caemos a menudo cargados con las mejores intenciones progresistas, pero de la que nos levantamos abriendo la puerta al más despiadado modelo neoliberal. Traducido a la arquitectura de la vivienda, viene a ser exigir siempre cambios regulatorios genéricos bajo pretexto de adaptarse a una supuesta casuística muy variada de formas de vida, propiciar dos o tres casos de éxito de, por ejemplo, viviendas colaborativas muy avanzadas en el harmonioso espíritu compartido de lo colectivo tan en boga para cierta inteligentsia pero, al hacerlo, abrir la puerta no tanto a cooperativas alternativas sino a condominios que privatizan recursos públicos. Propiciando así experimentos bien intencionados de poco impacto real, pero efectos colaterales indeseados de largo y profundo alcance. Lo colectivo y común, no como ruptura del aislamiento individualista sino como privatización intermedia de lo público. Algo así como la versión actual, capitalista y neoliberal, del tránsito bolchevique desde el citado Narkonfin de Mosei Ginzburg al funesto co-living del Doctor Zhivago.

Una trampa en la que podemos caer - confundiendo los anhelos de la modernidad con sus aplicaciones reduccionistas - si en vez de analizar las razones evolutivas de la arquitectura de la vivienda y su conocimiento acumulado nos dejamos seducir por los cantos de sirena de muchas de las nuevas fórmulas residenciales post-covid, sin tener claro que la dignidad de la vivienda se defiende en la riqueza y complejidad de la ciudad, la calidad del espacio público urbano y en la preservación normativa del interés general. También en la configuración de las normas de Habitabilidad y Diseño que conviene no demonizar, sino con mucho tiento simple y humildemente actualizar para sin imponer, permitir y fomentar la innovación también en vivienda.

BIM Euskadi

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23 de febrero de 1984, el día que mataron a Enrique Casas.

23 de febrero de 1984, el día que mataron a Enrique Casas.